miércoles, 24 de septiembre de 2008

Por eso los pueblos triunfan

Y entonces la matò. Le fue preciso borrar la obra que fatalmente serìa descubierta y atraerìa sobre ella el nombre y el castigo de las brujas. Paula conocìa su pueblo; no tuvo valor de huir. Casi nadie huye de los pueblos, y es por eso que los pueblos triunfan. De noche, cuando la figurita silenciosa y sonriente se durmiò sobre un almohadòn, Paula la llevò a la cocina, la puso en el horno de gas y abriò la llave.
Estaba enterrada en el patio del limonero. Por ella y por sì misma, la asesina rezaba diariamente en la iglesia.
Es de tarde, llueve. Vivir es triste en una casa sola. Paula lee poco, apenas toca el piano. Quisiera algo, no sabe què. Quisiera no tener miedo, evadirse. Piensa en Buenos Aires; acaso en Buenos Aires, donde no la conocen. Acaso en Buenos Aires. Pero su razòn le dice que mientras se lleve a sì misma consigo el miedo ahogarà su felicidad en todas partes. Quedarse, entonces, y ser pasablemente dichosa. Crearse una dicha hogareña, envolverse en el cumplimiento de mil pequeños deseos, de los caprichos minuciosamente destruidos en su infancia y su juventud. Ahora que ella puede, que lo puede todo. Dueña del mundo, si solamente se animara a...
Pero el miedo y la timidez le cierran la garganta. Bruja, bruja.
Para las brujas, el infierno.


Bruja, La otra orilla, Julio Cortàzar, 1943.

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